viernes, 23 de agosto de 2019

74. Estado de alerta


Iré a México en unos meses para recoger el título y hacer los trámites de la cédula profesional.

Hermano, muchas gracias por visitarme. Diles a los niños que la próxima vez iremos a ver el malecón y los cocodrilos de la laguna.

En cuanto a los asaltos, Tampico es un poco más seguro que la ciudad de México, pero aquí hay muchos toques de queda y los militares andan patrullando las calles a toda hora. El ambiente es muy pesado. Me dijeron unos compañeros del trabajo que hace poco los levantaron y les quitaron hasta la ropa. Luego los dejaron a la orilla de la carretera. Están asustados, pero gracias a Dios regresaron sanos y salvos a sus casas. Por eso la gente no dura en las empresas, la mayoría se está yendo a trabajar al Sur o a Monterrey.

Me encontré con Mariana. Está de vacaciones aquí, su familia es de Ciudad Madero. Le pedí disculpas por no haberme acercado a hablar con ella la última vez que me saludó de lejos, cuando nos vimos cerca de la tienda que está por su casa en México ¿recuerdas? He estado saliendo con ella y a veces con su familia. 

Si te vas de intercambio puede que nos veamos allá, he estado juntando dinero desde hace años para conocer, y me emociona pensar que podríamos andar juntos por las capitales del mundo, cantando y haciendo de todo, aunque fuera sólo un día.

Tampico, Tamaulipas, jueves 18 de febrero de 2010



73. Vocación


Mirando al techo repaso las caras de la gente y las cosas más bonitas que han pasado. 

Recordé el día en que le hablé a Miriam con siete años: nos sentábamos hasta el frente, delante del pizarrón, nuestras sillas estaban juntas. La maestra había salido y casi todos se habían levantado a jugar. Yo también quería levantarme pero como vi que ella se quedaba sentada tampoco lo hice, y de repente sentí muchas ganas de hablarle. Ella movía la cabeza para todos lados, mirando cómo los demás corrían y gritaban. Luego volteó a verme, me sonrió un poco, y agachó la mirada. A mí se me había caído un lápiz y me agaché a recogerlo. Ya con él en la mano y todavía en cuclillas, noté que estaba muy cerca de la paleta de su butaca, y me dieron ganas de pegarme en la cabeza con la paleta al levantarme, para hacerla reír. 

Luego ya estaba medio sonriente poniéndome de pie, fingiendo sobarme el golpe, mirándola reír a carcajadas.

Tampico, Tamaulipas, martes 26 de enero de 2010


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72. Arlequín


A mí me gusta envenenarme acariciándote, abrazándote fuerte. Siempre es bueno morir un poco por ti.

Soy un bufón callejero que comenzó a dedicarte su creación una tarde de verano en medio del bosque. Tú sonreíste y la aceptaste, y desde entonces el mejor regalo dejó de ser el aplauso del público; porque en la oscuridad del escenario, cuando se apagaban las luces, la certidumbre de que te vería al bajar era la que me llenaba el alma y el corazón hasta derramarlos. 

A veces, sin ti siento el mundo tan grande, que duele de tan amplio.

Pues me volví adicto a tu piel. Y a lo que hay en ti que no envejecerá, que con el tiempo se hará más grande y dulce.

Naucalpan, Estado de México, martes 12 de enero de 2010


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71. Laberintos


Le dije que hacían casi cuatro años y medio desde el día en que ella vestía suéter rojo y pantalón gris. Respondió que en unos minutos me alcanzaría en el auditorio, que había quedado de verse con alguien. Íbamos a una conferencia sobre intercambio estudiantil.

Entré en el auditorio y me senté cerca de la puerta. A los cinco minutos ella llegó, pero se sentó lejos de mí.

Al terminar la conferencia fuimos a bailar para despedirnos, pues ella se regresa a Europa y no volverá hasta el año siguiente, y yo me voy a Tampico.

Bailamos desde la noche hasta el atardecer del otro día.

Benito Juárez, D. F., sábado 9 de enero de 2010


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70. Cielo de concreto


Ah, mi hermano, ha sido extrañarla por meses aunque rara vez la vea y sus visitas sean breves. Es cosa de todos los días, todas las semanas.

Ayer la luna jugaba conmigo, asomándose y escondiéndose entre las nubes. Era noche de miércoles y regresaba a casa. Andando entre la gente empecé a percibir que tras los rostros de carne y hueso de la mayoría, había sólo restos de almas de cartón que habían sido incineradas por el sol, cenizas que se llevaba el viento cada tarde. 

Pasé de largo frente a la casa de Miriam preguntándole a Dios sobre lo verdadero, y si queda algo a lo que aferrarse cuando se pierde la esperanza.

Estaba por doblar la esquina de la calle cuando comprendí que si ese fuera mi último día, querría verla otra vez; así que di media vuelta y regresé sobre mis pasos. La calle estaba oscura porque se había fundido el foco del poste más cercano, y yo estaba por tocar el timbre cuando ella abrió la puerta de golpe.

Su luz calcinó mi alma de papel.

Más tarde me fui a casa con el alma negra y ceniza, con la sensación de su cuerpo entre mis brazos.

Naucalpan, Estado de México, jueves 7 de enero de 2010

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