Intentan iluminarme plateados
rayos de luna, pero todo es inútil, como tu luz ninguna.
Me siento a escribir la verdad un
triste anochecer sabatino, que deja de serlo cuando salgo a la azotea y miro a
la luna sonreír chuecamente, como burlándose. Entonces le sigo el juego y nos
contamos chistes y anécdotas vergonzosas hasta que se aburre de mí y se esconde
tras las nubes, casi a medianoche.
El viernes muy temprano me miraste
a través de un cristal del aeropuerto, y sonreíste con la misma sonrisa de
siempre. La mía se debilita paulatinamente. Quería estirar el tiempo como liga,
estirar tu voz. El alma se me iba entre tu sonrisa que se abría como agujero
negro.
Naucalpan, estado de México, miércoles 16 de enero de 2008
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