Hace
unos días fui a la fiesta de Lissete y se me ocurrió invitar a dos amigos y un
vecino para no estar solo, porque no conozco a nadie más que a ella, y aunque
eso bastaba, a última hora me sentí demasiado inseguro. Estuvimos ruidosos y
nerviosos, sentados las dos o tres horas que duramos ahí, rodeados de mujeres
bonitas y hombres que nos miraban de reojo y por encima del hombro. Ella sólo
fue a verme dos o tres veces para ofrecerme bebidas. Tragué refresco como si me
gustara y una cerveza sin ganas. Me fui sin bailar con ella.
Naucalpan, Estado de México, sábado 29 de octubre de 2005