A mí me gusta envenenarme
acariciándote, abrazándote fuerte. Siempre es bueno morir un poco por ti.
Soy un bufón
callejero que comenzó a dedicarte su creación una tarde de verano en medio del
bosque. Tú sonreíste y la aceptaste, y desde entonces el mejor regalo dejó de
ser el aplauso del público; porque en la oscuridad del escenario, cuando se
apagaban las luces, la certidumbre de que te vería al bajar era la que me
llenaba el alma y el corazón hasta derramarlos.
A veces, sin ti siento el mundo tan grande, que duele de tan amplio.
Pues me volví adicto a
tu piel. Y a lo que hay en ti que no envejecerá, que con el tiempo se
hará más grande y dulce.
Naucalpan, Estado de México, martes 12 de enero de 2010
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