Te daba miedo descubrir lo que
sentías y me pediste que te ayudara. Desde entonces caminé tranquilo hacia tu
puerta, esperando el momento propicio para escucharte y deleitar todos, todos
mis sentidos, desnudarte los miedos y, entre otras cosas, confeccionarte versos
para que los vistieras con gracia.
Pero ésta tarde que vagaba por
Tepotzotlán y veía en las calles las huellas de tu camino, sentí una punzada en
el pecho y me vino el desasosiego. Quise sentir la ola de calor en las venas de
cuando te vuelves loca y riendo a carcajadas me tomas de la mano para correr
entre las estanterías de la biblioteca antes de sufrir un ataque de pasión, y
pedirte que no seas tan escandalosa porque nos van a sacar, pero tú dices que
los murmullos y cuchicheos son palabras medio vivas que no han sido bien
engendradas por la lengua y te pones a caminar en círculos como loca hasta que
alguna bibliotecaria nos regaña. Y escuchar otra vez que tú tampoco creías en
el amor a primera vista pero que, al verme por primera vez, supiste que iba a
ser importante en tu vida. Y volver a encontrarle sentido a la mía al abrazarte
en medio del aire frío de las primeras tardes de agosto, cuando tiritabas y me
quitaba la sudadera para ponértela. Y saber que para eso nací. Desde un
pedacito de piso tan pequeño que sólo podíamos ocupar abrazados para no caer en
el lodo del jardín.
El tiempo crece llevándote consigo,
tan lejos, pero con la mente te sigo. Importa poco el cuerpo si alma vaga por
el cielo, importa poco la distancia, el alma no sabe de kilómetros.
Cuautitlán,
Estado de México, sábado 1º de marzo de 2008
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