Frente a la puerta de la primera tienda de mi jornada decido tomarme unas
horas libres y camino sin rumbo durante horas por toda la ciudad, hasta que me
doy cuenta que estoy sobre la Avenida Chapultepec cuando diviso el castillo. Se
me antoja acercarme y en media hora llego a su puerta. Me detengo a la sombra
de los árboles para mirarlo bien, recargado en el barandal de piedra que da a
la ciudad.
Es el camino hacia el castillo sin anuncios, con faros, piso de adoquín,
flores rojas, barandal de piedra, riego natural y artificial, privacidad en vía
pública y un mosaico verde formado por distintos tonos de luz y sombra entre
los árboles del bosque. Caracoles en la humedad y yo bajo la sombra. Mosquitos
picando a niños. Fuentes, aves y montañas rusas a lo lejos.
Contemplo el bosque y la ciudad desde el barandal de mi tristeza añeja,
como el castillo y sus piedras. Su entrada elegante y armónica contrasta con mi
paso humilde y desordenado. La feria y la ciudad depredan el bosque. Mi pluma
llora tinta.
Me asomo al precipicio de Juan Escutia, presenciando la comedia citadina
desde primera fila, sin poder sonreír. Se oyen profundos gestos de niños,
hombres y animales mezclados. Estamos algo desesperados.
Miguel
Hidalgo, México, D. F., jueves 29 de enero de 2009