domingo, 28 de abril de 2019

46. El sastre


Te daba miedo descubrir lo que sentías y me pediste que te ayudara. Desde entonces caminé tranquilo hacia tu puerta, esperando el momento propicio para escucharte y deleitar todos, todos mis sentidos, desnudarte los miedos y, entre otras cosas, confeccionarte versos para que los vistieras con gracia.

Pero ésta tarde que vagaba por Tepotzotlán y veía en las calles las huellas de tu camino, sentí una punzada en el pecho y me vino el desasosiego. Quise sentir la ola de calor en las venas de cuando te vuelves loca y riendo a carcajadas me tomas de la mano para correr entre las estanterías de la biblioteca antes de sufrir un ataque de pasión, y pedirte que no seas tan escandalosa porque nos van a sacar, pero tú dices que los murmullos y cuchicheos son palabras medio vivas que no han sido bien engendradas por la lengua y te pones a caminar en círculos como loca hasta que alguna bibliotecaria nos regaña. Y escuchar otra vez que tú tampoco creías en el amor a primera vista pero que, al verme por primera vez, supiste que iba a ser importante en tu vida. Y volver a encontrarle sentido a la mía al abrazarte en medio del aire frío de las primeras tardes de agosto, cuando tiritabas y me quitaba la sudadera para ponértela. Y saber que para eso nací. Desde un pedacito de piso tan pequeño que sólo podíamos ocupar abrazados para no caer en el lodo del jardín.

El tiempo crece llevándote consigo, tan lejos, pero con la mente te sigo. Importa poco el cuerpo si alma vaga por el cielo, importa poco la distancia, el alma no sabe de kilómetros.

Cuautitlán, Estado de México, sábado 1º de marzo de 2008


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