La semana pasada fui con el grupo
de clown a un hospital para visitar a los adultos. Salí de casa decidido a
hacer reír a todos los demás, pero mi alegría no alcanzó ni para mí. Ésta vez
me quedé a platicar con la paciente de la cama 702.
—Después
de una depresión, dejé de salir y sólo iba a trabajar. Soy empleada en una
clínica del IMSS, cerca de mi casa. Me dieron incapacidad porque me dio un
infarto hace poco. Me sentía mal y creí que se me estaba bajando el azúcar, así
que mandé por un refresco y me lo tomé. Pues no pasaron ni cinco minutos cuando
me desvanecí. Pero no sé, yo creo que mi problema empezó antes. Siempre llegaba
tarde al trabajo, pero a mi jefe no le molestaba mucho porque diario me ofrecía
a quedarme algunas horas extra para compensar mis retrasos. Me daba igual
quedarme una o dos horas más porque no había quien me esperara en casa, pues ya
tiene mucho que mi hijo se mudó a otro estado y yo estoy divorciada desde hace
años. Estos últimos meses ya ni siquiera veía la televisión; llegaba a casa por
las tardes, comía, y me acostaba a dormir hasta el otro día, hasta que tenía
que levantarme para ir a trabajar. Empecé a subir mucho de peso y a tener
problemas con el azúcar, pero no estaba cuidándome bien, sólo tomaba lo que me
mandaba el doctor pero no hacía esas cosas de salir a caminar o hacer ejercicio…
ni siquiera sé si me arrepiento. De todas maneras nadie me espera en mi casa…
Se quedó pensativa por unos
instantes y luego volteó a verme, fui incapaz de decir algo.
—Vivo
recordando —y añadió sonriendo: —, ¿para qué chingados vivo? —me sorprendió esa
pregunta y volví a quedarme en blanco— soy una carga, un estorbo, da tristeza
verme; pero no porque esté en esta cama sin poderme levantar, yo ya era un
estorbo desde hace años, cuando dejé de decidir, sin luchar o rendirme. Sólo
contemplé.
Decidí sentarme a su lado para
escucharla, hasta que ya no tuviera nada que decir. Cuando terminó y la vi un
poco más cómoda, le dije cosas buenas para animarla y le ofrecí mi amistad, y
luego traté de hacerla reír pero no pude, creo que estaba cansada y mi
presencia ya le incomodaba un poco. Mi desconcierto debió ser muy notorio
porque me sonrió y se puso muy contenta de repente, y trató de levantarme el ánimo.
Al despedirnos, me dijo:
—La
próxima vez tendrás más suerte… parece que tú también necesitas ver una función
de Clown. Tus ojos están muy tristes, alégrate —y bromeando, me apunto con su
dedo índice como si me estuviera regañando—, porque no creo que quieras que un
vaso de refresco te desencadene un infarto.
Carnal, algo me está comiendo
vivo.
Naucalpan, Estado de México, miércoles 17 de octubre de 2007
No hay comentarios.:
Publicar un comentario