miércoles, 7 de marzo de 2018

11. Regalos inesperados



El domingo pasado, que volvía del trabajo en bicicleta, me fui a dar una vuelta por las colonias cercanas a donde vivo. Anduve así por un rato hasta que, al dar vuelta en una esquina, vi a Lissete a lo lejos, jugando con un niño pequeño frente a una capilla. Saludé a los dos, y hablamos un buen rato y reímos. Luego le ayudé a jugar con el niño, que resultó ser su primo. Pero de pronto, el regalo de encontrarla me pareció tan extraordinario, que empecé a cuidar lo que decía, mientras ella seguía igual de espontánea y risueña.

Desde una tienda cercana una señora nos miraba con benevolencia, como si estuviera alegre de que todo eso sucediera. Pero a mí se me ocurrió que sería bueno irme antes de que se me acabara la plática, y nos despedimos.

Mientras pedaleaba, escuchaba contento su voz en mi imaginación, repasando todo lo que me había dicho: sus ganas de estudiar en Estados Unidos, el año difícil que le espera en la escuela, y una fiesta a la que me invitó.

Naucalpan, Estado de México, sábado 1º de octubre de 2005