Ésta vez iré a casa solo unos días
porque me quedaré a trabajar. Acaban de ascenderme a mesero y ando haciendo
algunos exámenes para mejorar mi calificación y volver a pedir una beca el
siguiente semestre. No me gusta quejarme, tú jamás lo hiciste, pero hoy se me
escapan los lamentos. Desde el asiento del camión. Desde Tequex hasta el cielo.
Ando hambriento de Dios. Hambriento
de pan y de amor. Y cómo hace falta el dinero a veces, abuelo.
Se dice que cada quien tiene lo
que se merece, pero cuando me enteré de los niños que sufren por hambre,
enfermedades y guerra, supe que no. Mi felicidad mengua porque no la puedo
compartir con ellos, y se ponen fronteras y tarifas para hacérmelos más
lejanos. Y todo porque unos pocos no controlan sus ansias de poder, dinero y
lujuria, perjudicando a mis hermanos animales y humanos, causando estragos en sus
estómagos y en el mío.
Hay días que ando como dormido, con
muy poca fe y esperanza. Y aunque me da gusto sembrar y apostar el pellejo, no
sé si mañana podré cosechar. Ya fracasé mucho, por hacer lo que no quería, o
porque no tenía nada y tomaba lo que se me ofrecía; o por no esforzarme más. Muchas
veces no salí porque estaba enfermo, y otras me enfermé porque no salía. Y
mira, una payasita se subió al camión con su hija, una niña como de cinco años,
que la contemplaba con tanta admiración y con una sonrisa tan limpia, que me
partió el corazón. Ojalá también yo pudiera ver todo tan limpio. Uno de mis
vecinos abandonó a su familia y su hijo mayor tuvo que dejar la escuela, porque
reprobó muchas materias al empezar a trabajar para ayudar a su madre. La migra
agarró al papá de Lisette y ahora está encerrado. Un inmigrante centroamericano
acaba de bajar del camión, después de habernos cantado una canción sobre los
mojados. Se le quebró la voz. Un amigo muy querido fue asesinado hace tres días
junto con su familia. Abuelo, tú sabes que una congestión alcohólica se llevó a
uno de tus nietos hace un mes, y que desde entonces ando por el barrio con la
mirada vidriosa. Ya no lo volveré a ver. El cuerpo de una niña de secundaria fue
hallado en un parque cercano. Los cuerpos de cinco vecinos jóvenes fueron
regados por la colonia. Fui yo quien reconoció a uno de ellos, estaba tirado
boca abajo a la orilla del río. Los gritos de dolor de su mamá truenan nítidos
en mi memoria. ¿Qué diablos le pasa al mundo?
En el arte puede estar la
medicina, y si no es la cura, es por lo menos un calmante para todo este puto
dolor.
El perro abandonado me persigue
triste, y le aviento un pedazo de pan. Las luces de la ciudad se empiezan a encender
y la mía se va apagando.
Naucalpan, Estado de México, sábado 17 de junio de 2006