Un compañero de la escuela me sugirió trabajar de garrotero en un bar de la
Zona Rosa, un lugar cerca del centro histórico. Antier fui a entregar mi
solicitud como a las cinco de la tarde, pero me dijeron que tenía que esperar hasta
las siete u ocho de la noche para que me entrevistara el jefe de meseros, y que
era casi seguro que me contrataran porque estaban necesitando gente. Fui a
caminar por ahí cerca para hacer tiempo y regresé a las seis y media, pero el
jefe de meseros llegó hasta las once de la noche. Me dijo que podía empezar al
otro día, y que incluso podría haber empezado ya, pero no llevaba uniforme. Se
disculpó y me dijo que podía quedarme a pasar la noche en el bar si quería,
bailando o descansando, que ahí me hacían espacio, porque a esa hora
seguramente ya no iba a encontrar transporte. Como tenía tarea, le dije que no,
y decidí irme a casa, pensando que si no encontraba camiones, me iría en taxi,
pero ya en el camino me di cuenta que el dinero no me iba a alcanzar. No quise
regresar al bar y entré al metro, me puse a mirar el mapa de sus estaciones y
decidí ir a la central camionera del norte, pues recordé las veces que nos
quedamos a dormir en la de San Juan de los Lagos, y pensé que acá también
podría hacerlo, que ya me iría a casa a las 5 de la mañana, cuando volvieran a
abrir el metro y hubiera camiones.
Llegué a la central poco después de medianoche. Me senté en una de las
salas de espera y me quedé dormido sin querer. Pero unos guardias me
despertaron, y luego de saber que no traía boleto, me mandaron salir, porque no
puedes estar ahí si no vas a viajar, y no se me ocurrió decirles que estaba
esperando a alguien. Estaba muy cansado como para ponerme a caminar dentro de
la central, y mejor me salí a la avenida para sentarme en la banqueta, esperando
a que amaneciera. Estuve
algunas horas así, pensando nomás, hasta que un hombre de tejana y botas, que venía de
Durango, me hizo compañía un rato. Se había aburrido de estar en la sala de
espera y había salido a caminar, y al verme, se me acercó para preguntarme si
estaba bien. Le contesté que sí, y le conté mi día y porqué estaba ahí sentado.
Luego platicamos de nuestras vidas y pueblos. Dijo que estaba esperando a un
familiar y, cuando ya era hora, volvió a entrar a la central. A mí me entró un
sueño encabronado, hacía frío y me estaba doliendo el cuerpo de estar sentado,
aunque tampoco tenía ganas de levantarme. Bostezaba involuntariamente, pero ir
al baño a dormir era la última opción, me daría mucha pena que los guardias
fueran a sacarme hasta del baño, y empecé a reírme. Mejor esperé ahí en la zona
federal a las puertas del metro, ahí sí podía estar.
Más tarde, entre el agradable calor de las cobijas, soñé con las letras de
neón, el letrero de “zona federal” y el parpadeo de los semáforos de la central
camionera. Antes de abrir los ojos y enderezarme, me estiré, bostezando para
terminar de despertar. Pero estaba sentado. Y
ahí seguían las letras de neón, el letrero, los semáforos, el frío y la
madrugada.
Busqué éste nuevo trabajo porque no me dieron la beca y lo que me pagan en
el mercado es muy poco, aunque quedé con mis patrones que voy a seguir
trabajando con ellos los domingos, pues así aprendo a andar en la ciudad, no
estoy encerrado y conozco mucha gente. Cuando salga de vacaciones y, después de
haber ido al rancho por unos días, me iré con ellos a trabajar toda la semana,
menos los días que trabaje como garrotero. Ya tienen sus rutas bien
establecidas, entre semana van a otros estados a vender en mercados de
mayoristas.
Naucalpan, Estado de México,
sábado 3 de septiembre de 2005
Central camionera del Norte. Imagen tomada de https://static.panoramio.com.storage.googleapis.com/photos/large/56225922.jpg |