Desde el apando lúgubre de mi
conciencia dejo escapar estas palabras para desorbitar la melancolía que gira
alrededor de mí. El día es sombrío, hay manchas de tristeza y desesperanza en
cada latido, se me colorea oscuro el aire que entra a los pulmones; el mundo
parece ajeno y se retuerce, y yo sigo aquí entre lápices y papeles, quizá
desperdiciando el tiempo porque no me lo puedo gastar con ella. Hoy no pude
ponerme la máscara sonriente, y mejor me encerré a piedra y lodo. Aunque intente
evitarlo, mi imaginación me trae historias de Miriam con otros hombres, y se me
pudre el alma entre la confusión cotidiana y mi poca esperanza. El luto llega
antes de tiempo y me obliga a tomar la pluma para reanimarme. Sin embargo, la
terapia de papel y tinta no me alivia.
Su voz en el teléfono podría ser
mi anestesia.
Pero mejor sigo con la escritura y
al poco rato empieza a tranquilizarme, pues dialogo con mis entrañas, que
acaban de pedirme una Revolución, mental, espiritual y física, para matarme aquello
que odio. Y renacer.
Naucalpan, Estado de México, lunes 7 de septiembre de 2008