martes, 22 de mayo de 2018

45. La burla de la luna



Intentan iluminarme plateados rayos de luna, pero todo es inútil, como tu luz ninguna.

Me siento a escribir la verdad un triste anochecer sabatino, que deja de serlo cuando salgo a la azotea y miro a la luna sonreír chuecamente, como burlándose. Entonces le sigo el juego y nos contamos chistes y anécdotas vergonzosas hasta que se aburre de mí y se esconde tras las nubes, casi a medianoche.

El viernes muy temprano me miraste a través de un cristal del aeropuerto, y sonreíste con la misma sonrisa de siempre. La mía se debilita paulatinamente. Quería estirar el tiempo como liga, estirar tu voz. El alma se me iba entre tu sonrisa que se abría como agujero negro.

Naucalpan, estado de México, miércoles 16 de enero de 2008

44. Don Aristeo

Foto de mexicoenfotos.com


En Dolores Hidalgo las mujeres pasean con rebozo y chalina, junto a sus hombres de botas y sombrero. Se oye música ranchera. En aquel pueblo festivo el año ha sido bueno, y la gente se prepara para la feria patronal con jaripeos y peleas de gallos. Sin embargo, se sigue madrugando para sembrar.

Son las cuatro de la mañana y todas las luces del pueblo están apagadas, excepto una. Un joven sale de esa casa, bosteza, voltea hacia arriba, y mira un anillo de nubes que rodea la luna. Luego se santigua, y contempla el Camino de Santiago con ojos somnolientos. Minutos después avanza a paso rápido por el camino de tierra que lleva a las milpas. Antes de empezar sus labores, recorre el campo con la mirada y no ve más movimiento que el de las ramas de los árboles.

A las seis de la mañana empiezan a llegar más campesinos.

—¡Aristeo! ¡Pos a qué hora llegaste pelao!
—¡A las cuatro!
—¡Ah qué muchachillo tan madrugador, va a hacer quedar mal a los demás! —le dice un campesino de los mayores, entre risas—
—Sí criatura, ¡no friegues! Es época de descanso
—¡No tengo tiempo de descansar, don Chava! ¡hay que juntar pa’ Diciembre…! Pos alomejor me caso.
—¡Ora! ¿Y con quién?
—Pos ya sabe, con la Chabela.
—Pos haber si su pá te deja.
—¡Ya verá que sí! –Aristeo se agachaba sobre los surcos mientras repetía cada vez más bajo:- ya verá que sí, verá que sí.
—No le aunque, haber si ya te levantas más tarde compadre —Aristeo se levantó, se quitó el sombrero, se enjugó el sudor de la frente con la manga de su camisa y dijo riéndose:—
—¡Seguro! Mañana nos vemos a la misma hora.

Volvió a ponerse en cuclillas, pasando la mano por entre los surcos. A las doce del día el sol estaba en su punto y Aristeo llevaba terminadas tres cuartas partes de la faena. Otros muchachos se levantaron de los surcos y se estiraron mientras él seguía agachado, siempre escarbando y colocando semilla.

—¡Vámonos a comer Aristeo!
—¡Ahí los alcanzo!
—Te vas a morir de no comer, huerco —le dijo un hombre que también estaba dejando sus herramientas para ir a comer—.
—Voy, voy, ¡casi acabo! ¡Gracias!
—¡Por ahí te traigo un taco!
—¡No, gracias! Espero terminar pronto Don Vale.
—¡Pos ni modo que te ruegue…! ¡Nos vemos alrato!
—¡Quiera Dios que sí!

A las dos de la tarde, Aristeo caminaba con paso rápido hacia su casa. Saboreaba los frijoles, el queso y las tortillas a mano. Quizá hoy habría arroz también. O huevo.

—Ya llegué amá.
—Sí mijo. Estás llegando bien tarde a comer, cada día te miro más flaco. Ya hasta la comida se enfrió. Ay hijo, yo no me aguanté y comí desde las doce.
—No le hace, amá, está bien. Orita caliento.
—Deja te prendo la lumbre.
—No, como cree, aquí ando ya, usté siéntese. También se ha de cansar orita que no sirve el molino.
—No, yo te ayudo.
—Gracias, amá.

La madre de Aristeo se acercó a su estufa de leña y prendió con un cerillo las hojas secas que había bajo las ramas. El humo empezó a salir por la chimenea de la cocina de adobe, de paredes aplanadas con yeso. Aristeo se sentó en una silla hecha de madera con tiras de plástico coloreadas, cerrando los ojos y echando la cabeza para atrás. De repente su madre dijo:

—¿Teo, ya sabes lo de don Simón?

Aristeo abrió los ojos y regresó de golpe la cabeza para poder mirar a su madre.

—¿Qué le pasó?
—¡Nada!
—No me espante amá.

Y volvió a echar la cabeza hacia atrás.

—Se va pa’l norte.
—Desde que me acuerdo va y viene —dijo Aristeo—. Aquí está bien difícil la cosa. Ya ve, cada que viene trae pa’ comprar otro caballo o más animales… ora que venga vo’ir a hablar con él.
—Pos alomejor ya no vuelve.
—¿No? ¿Porqué?
—Pos porque ora dice que se lleva hasta a sus muchachos. Es más… alomejor ya hasta se fueron.
—¿Y doña Rosa?
—Pos también se la lleva, ni modo que la deje.
—¡Ah! ¡¿y se llevó también a Isabel!?

Él se levantó de golpe, tirando para atrás la silla. Su madre lo miró extrañada. El semblante de Aristeo se oscureció y le volvió a preguntar en tono más bajo.

—Dígame amá, ¿se llevó a Isabel?
—Pos a todos sus muchachos y muchachas. Pero ora tú, si ni siquiera te llevabas con ellos, ¿por qué esa cara?

Aristeo abrió un poco la boca como para respirar más aire, como si no le alcanzara con el que estaba respirando, volteó a la derecha como buscando algo, hacia la entrada de la pequeña cocina que tenía por puerta una cortina corrida. Luego se le entristecieron los ojos, volteó a ver a su madre otra vez y cerró la boca.

—Ay hijo, tú querías a esa muchacha ¿verdad?
—Y la sigo queriendo
—Cuando me dijiste que te ibas a casar con ella estabas bien chiquillo. Pensé que se te había olvidado.
—No amá, pos por eso ando juntando dinero.
—Teo, tú querías mucho a esa muchacha, pero ya sabías que su padre iba a volver por sus hijos y su mujer, ya nos había dicho. Te dije, que no te hicieras ilusiones.
—¿De veras se fue?
—Te digo que no estoy bien segura. Pero él ya no estaba a gusto aquí. ‘Bieras visto, traiba una camioneta bien bonita, bien grande. Allí los metió a todos, imagínate. No sé cómo, pero ahí iban todos, todos apretujados… —su hijo la interrumpió:
—Pero amá, a mí me dijo Isabel que hoy la podía ver allá por los magueyales... Le dije que iba, nomás acabando de comer. Déjeme ir a ver, ojalá no se haya ido; como quiera tengo que ir pa’ allá. Que Dios me haga el milagro de alcanzarla —y se fue enseguida, dando grandes pasos—.
—¡Oye! ¡No has comido!

Pero Aristeo ya estaba afuera de la casa, y quería ir lo más pronto posible a donde le dijo Isabel que lo iba a esperar. Iba corriendo, buscando aquel rebozo rojo desde lejos, entre árboles y magueyes.
Abuelo, usted fue por Isabel. Puede que yo vaya por Lissete.

Naucalpan, Estado de México, sábado 12 de enero de 2008

sábado, 12 de mayo de 2018

43. Compartir



Asistir al taller de Clown y formar parte de los payasos de hospital fue buena idea. Si no lo hubiera hecho, no me habría dado completa cuenta de que lo que quiero hacer es otra cosa, todo eso que dejé por enfocarme en la carrera. Ahora casi todo me es desabrido. Ayer regresé triste a casa por haber ido con los payasos de la risa sin estar convencido. Se me partió el corazón de ver cómo mi profesora nos regalaba el suyo a todos nosotros.

No iré más. No quiero compartir confusión y desesperación, y son lo único que tengo. Ya ni siquiera veo a Lissete tanto como quisiera. Me está matando la rutina diaria con la computadora, sentado todo el día mirando la pantalla, y aunque me repita que así es la carrera y así será el trabajo, no puedo conformarme.

Hermano, ¿qué me aconsejas?

Lissete se va al norte, llevaba varios meses con los trámites de la beca. andaba tan distraído que ya ni me acordaba.

—¿Entonces es seguro que te vas? —le pregunté—
—Pues todavía no es un hecho, pero es muy probable
—¿Y porqué Estados Unidos?
—Porque no con todos los países tiene convenio el Politécnico, y porque en algunos, aunque tiene convenio, no está mi carrera. Y en otros, no tienen las mismas materias o parecidas, que yo tendría que cursar acá. Y principalmente porque mi papá está allá y hace cuatro años que no lo veo; lo encarcelaron dos veces antes de que viniera porque lo agarró la migra, y por ahora no se quiere arriesgar. Dice que vendrá hasta que yo acabe la carrera para que no me haga falta nada —se entristeció un momento, pero luego añadió sonriendo: — ahorras para que me vayas a visitar.
—Estaría bien… pero no sé si cuando por fin haya juntado para el boleto, todavía estés allá. Te prometo que en unos años te llevo a pasear allá y más lejos.
—¿Palabra?
—De veras.
—Sé que lo cumplirás, Julián… ¡Ay! pero ahora ya me puse bien sentimental…
—Pero vas a estar cerca de tu papá. Y puede que vivir allá sea difícil… pero aprenderás mucho.
—Sí, es verdad. ¡Pero es en serio! ¡Ahorra! En una de esas, sí vas a visitarme; sería muy bonito tener a mi mariachi allá… Aunque nuestro deber es trabajar y estudiar. Terminar la carrera. Y una vez hecho eso, lo que Dios quiera… ¿sabes?… siento miedo, tristeza y emoción a la vez.
—Yo también.

Naucalpan, Estado de México, jueves 20 de diciembre de 2007

42. Polvo



La semana pasada fui con el grupo de clown a un hospital para visitar a los adultos. Salí de casa decidido a hacer reír a todos los demás, pero mi alegría no alcanzó ni para mí. Ésta vez me quedé a platicar con la paciente de la cama 702.

—Después de una depresión, dejé de salir y sólo iba a trabajar. Soy empleada en una clínica del IMSS, cerca de mi casa. Me dieron incapacidad porque me dio un infarto hace poco. Me sentía mal y creí que se me estaba bajando el azúcar, así que mandé por un refresco y me lo tomé. Pues no pasaron ni cinco minutos cuando me desvanecí. Pero no sé, yo creo que mi problema empezó antes. Siempre llegaba tarde al trabajo, pero a mi jefe no le molestaba mucho porque diario me ofrecía a quedarme algunas horas extra para compensar mis retrasos. Me daba igual quedarme una o dos horas más porque no había quien me esperara en casa, pues ya tiene mucho que mi hijo se mudó a otro estado y yo estoy divorciada desde hace años. Estos últimos meses ya ni siquiera veía la televisión; llegaba a casa por las tardes, comía, y me acostaba a dormir hasta el otro día, hasta que tenía que levantarme para ir a trabajar. Empecé a subir mucho de peso y a tener problemas con el azúcar, pero no estaba cuidándome bien, sólo tomaba lo que me mandaba el doctor pero no hacía esas cosas de salir a caminar o hacer ejercicio… ni siquiera sé si me arrepiento. De todas maneras nadie me espera en mi casa…

Se quedó pensativa por unos instantes y luego volteó a verme, fui incapaz de decir algo.

            —Vivo recordando —y añadió sonriendo: —, ¿para qué chingados vivo? —me sorprendió esa pregunta y volví a quedarme en blanco— soy una carga, un estorbo, da tristeza verme; pero no porque esté en esta cama sin poderme levantar, yo ya era un estorbo desde hace años, cuando dejé de decidir, sin luchar o rendirme. Sólo contemplé.

Decidí sentarme a su lado para escucharla, hasta que ya no tuviera nada que decir. Cuando terminó y la vi un poco más cómoda, le dije cosas buenas para animarla y le ofrecí mi amistad, y luego traté de hacerla reír pero no pude, creo que estaba cansada y mi presencia ya le incomodaba un poco. Mi desconcierto debió ser muy notorio porque me sonrió y se puso muy contenta de repente, y trató de levantarme el ánimo. Al despedirnos, me dijo:

—La próxima vez tendrás más suerte… parece que tú también necesitas ver una función de Clown. Tus ojos están muy tristes, alégrate —y bromeando, me apunto con su dedo índice como si me estuviera regañando—, porque no creo que quieras que un vaso de refresco te desencadene un infarto.

Carnal, algo me está comiendo vivo.

Naucalpan, Estado de México, miércoles 17 de octubre de 2007

41. Embeleso

"Ulises y las Sirenas", pintura de Herbert James Draper



Espero recargado en un árbol mientras caminas por calles que no conozco, y pienso en la costilla que deja de faltarme cuando llegas. Te detienes en mi pensión de palabras, acrósticos se escriben en el viento y la luna sublime nos ilumina el aliento. De pronto eres sirena y yo un mítico marinero atrapado por tus cantos. Me arrojo del barco y perezco en tus aguas.

Naucalpan, Estado de México, sábado 11 de agosto de 2007

40. El camino bueno


Carnal, conseguí trabajo de medio tiempo como becario de Sistemas. Ayer renuncié en el bar y hoy les di las gracias a mis jefes de los tianguis. Ahí estaban los cuatro.

            —Ya sabes que si ya no trabajas aquí, seguiremos siendo amigos. Si llegas a necesitar algo, avísame y vemos qué hacemos —dijo Chema
            —Pinche Julián, ¿apoco sí te vas? —dijo Beto, el mayor— y yo que te iba a aumentar y te iba a soltar una camioneta —y soltó una carcajada—. No, pues qué chingón que te vayas a seguir tu camino. Como dice Chema: cuando necesites algo, nomás dinos. Esto se va a oír bien puto, pero te quiero mucho, cabrón.
            —Yo también…
            —Ten siempre en mente, —dijo Chema—si algún día te faltan las fuerzas: puedes llegar hasta donde quieras. Nosotros empezamos con un rack chiquito revendiendo ropa en el tianguis de la colonia, ni siquiera teníamos puesto, éste wey todavía ni iba a la primaria —señaló a Quino, el menor— y el Beto tuvo que dejar la prepa porque ya no les alcanzó a mis jefes, además quiso ayudarles a mantener a los demás chiquillos. Gracias a él, yo pude estudiar Mecánica, aunque después me vine para acá porque me necesitaban y me iba mejor que en el taller. El Paco tuvo que partirse su madre con otros vendedores para que nos dieran el primer puesto que tuvimos, cada semana durante dos años, porque siempre había weyes que nos querían agandallar y quitarnos el lugar. Bueno, para no hacerla larga, te digo, que lo que nos ha ayudado a llegar hasta aquí y poder compartir nuestro trabajo con todos ustedes, es que, como familia, como compañeros, siempre tratamos de mirar al mismo punto, al más alto.
            —Pues yo te digo lo mismo que mis carnales, morro —dijo Quino—, que ahora que terminas tu relación laboral con nosotros, tienes aquí tu casa, y tienes las puertas abiertas por si un día quieres regresar a trabajar, que ojalá no; pero que sea porque te fue bien chingón allá a dónde vas. Y si no es así, bien puedes volver —me dio una palmada en el hombro y un abrazo. Luego les di las gracias, prometí ir a visitarlos de vez en cuando, me despedí de los tres y me salí al patio, caminando hacia la puerta, al mismo tiempo que Paco iba entrando.
—¿Cómo? pinche Julián, ¿que ya te vas? No mames, me agarraste con la comida en la boca, apenas me avisó Beto… Antes de que te vayas quiero decirte algunas cosas… Párate’ai —me dio risa y me paré al lado de una camioneta. Él se recargó en ella y me dijo: —recárgate wey, pa’ que escuches, no me voy a tardar mucho.
—Va
—Me decías la otra vez que no te gusta estar sentado ni frente a la computadora mucho tiempo, y según entiendo, tendrás que estar pegado a una pantalla todo el día, ¿no?
—Sí —le dije sonriendo—
—Mira, no es por desanimarte ni porque te quedes aquí; pero piensa bien a dónde vas. Me has dicho también que te gusta la acrobacia, la música, la danza y escribir. Yo mismo te he visto hacer machincuepas y andar de manos como loco, y la cara que pones cuando hablas de eso. Es diferente a la que haces cuando hablamos sobre lo que ves en la escuela, a menos que sea idiomas. Pero bueno, si viera tantas viejas en idiomas, como esa con la que luego vienes, hasta yo pondría esa cara —y soltó una carcajada—. Yo no soy la mejor persona para dar consejos, pero éste que me dieron seguro te va a servir a ti también: cuando vayas a decidir algo, piensa en la mujer fea, barrosa y gorda, que no te gusta pero que te quiere coger, y también en la guapa, que a ti te trae bien pendejo. Porque lo que va a pasar es esto: la gorda barrosa va a venir a ponerte las nalgas enfrente, queriendo que te la sientes en las piernas… ¡pero a ti la que te gusta es aquella! La bonita que está parada por allá lejos, mirando hacia otro lado; tú apenas y la alcanzas a ver. Y para llegar a ella tienes que levantarte de la silla en la que estás sentado. Tienes de dos: la que quieres y la que no. ¿Cuál vas a escoger? ¿Te vas a sentar a la gorda que ya tienes enfrente porque ya la tienes ahí y te está insistiendo? ¿O te vas a levantar y esforzar por llegar a la guapa que está más allá? No te vayas a sentar a la gorda. Rómpete tu madre y ve por la que sí quieres. El camino bueno siempre es de subida, Julián. De pendejos y huevones está lleno el mundo, no seas uno más. Y todavía es mejor ser pendejo que huevón… ¡pero nomás una vez! —me empecé a reír— ¡Cabrón, te estoy hablando en serio!
—Esque me acordé de que Dios ayuda a los pendejos, pero a los huevones no —y calmé un poco mi risa—
—Ah, qué bueno que te llevas algo de aquí, wey, pero no nomás lo vayas a traer en la cabeza… —tomó una breve pausa, y dijo— te aprecio mucho y no quiero que la vayas a cagar, bueno, de que la vas a cagar estoy seguro, porque todos lo hacemos en algún momento, nomás no quiero que la cagues tan culero, y no porque te vayas a trabajar a otro lado te lo digo, pues chamba es chamba, y mientras sea honrada, es buena. Y precisamente que estamos hablando de la honradez, te digo que por eso siempre te he tenido confianza, porque me he dado cuenta que eres honesto. Pero no te vayas a volver soberbio y mantente humilde, Julián, por esto que voy a decirte: eres de los vendedores más honestos que he tenido, y te rifas cargando y descargando las camionetas, armando los puestos y trepándote a donde se necesite, desvelándote y estando al tiro; pero no eres de los mejores vendedores, y es porque esto no te interesa mucho, porque vienes aquí como a un día de campo —se empezó a reír otra vez—, porque sólo vienes fines de semana o en las vacaciones, porque no tienes una familia qué mantener o una deuda qué pagar. Yo te contraté para vender, no para cargar, aunque una cosa vaya con la otra. Y no habría necesidad de contratarte como cargador porque en cualquier lugar al que vamos a vender siempre hay un chingo de gente que quiere chamba, y bien podríamos darle pa’l chesco al que nos ayudara. Pero no, mis carnales y yo dijimos: “bueno, el morro se está partiendo su madre, hay que darle chance”, y le echaste huevos, pero, como te digo, estoy seguro de que pudiste ser mejor vendedor, con un poco más de esfuerzo. Pero no es lo que te llena, tienes el corazón en otra cosa. Y me doy cuenta porque a mí me gusta un chingo vender y andar en el tianguis, hablarle a la gente, conocer nuevos lugares, andar al aire libre, manejar por las carreteras… me emociona. Aunque tenga que dormir lejos de mis hijos y mi esposa uno que otro día ¿me entiendes? Pero disfruto lo que hago, y me da para mantener a mi familia y darles lo que necesitan; darles lo que no tuve, pues. Y te digo esto para que lo tomes en cuenta cuando vayas a entrar a trabajar a cualquier otro lado: el empleado cumplido no se desarrollará mucho en la empresa que trabaje, si como trabajador no vale verga, aunque sea el más honesto y sencillo. Digo, el patrón estará muy contento porque sabe que puede confiar en él y no va a estar pidiéndole aumentos. No vas a poder desarrollarte laboralmente si tu trabajo no te llena. Si quieres cantar, ¡ve y súbete a los pinches micros o vete al centro!, alomejor hasta sacas más dinero del que vas a sacar yendo a donde vas, lo importante es que ¡vas a estar cantando!, y estarás caminando hacia tu meta. Sueña alto, no te subestimes, aguanta. Mantén alto tu umbral del dolor. Sólo sé constante y paciente, y verás cómo llegas a tu meta, porque toda la gente más cabrona que has conocido, nació igual que tú, tienes todo lo que necesitas, a pesar de las circunstancias y todo lo que tengas en contra. Siempre sé derecho y da gracias a Dios por la fuerza que te da para seguir, para no dejarte caer y soportar el dolor. Es lo más importante.

Naucalpan, Estado de México, jueves 7 de junio de 2007

39. el dibujante borracho


Me desvelé dibujándola.

Me fui a acostar ebrio de belleza.

Naucalpan, Estado de México, domingo 1º de abril de 2007

38. Turquesa


Apuntes de autobús, El baile de las palabras, Desprendimiento de retina, textos de uñas sin cortar, dedos grises, Cicatrices Escritoras, Escritos Vagabundos. Sentado en el microbús imaginas títulos para tus relatos.

Tu percepción del mundo se va haciendo más profunda y te empiezas a hundir. Luego te empiezas a ahogar. Miras cómo la pluma del checador escribe las placas de este micro, y luego miras cómo la tuya se ocupa en la Crónica De Tus Desvaríos. Esa mañana nublada y contaminada, la pasajera de suéter ajustado color turquesa fija su mirada en la tuya, y sus vidas sensuales suben de tono, mientras en la calle hay caras tristes, rostros frustrados y pucheros antes del mediodía. Y dices:

Adelante. Hágase la vida.

A pesar de las cicatrices y tu imperfección, y aunque te queden grandes los zapatos que confeccionaste de niño para cuando fueras adulto —y todo por estar esperando oportunidades y sitios perfectos, o por querer aprender más de todo, antes de por fin hacer algo. Pasaste años explorando tus límites sin poner en práctica enseñanza alguna, y el momento preciso no llegó, ni siquiera la casualidad. Por eso esto ya no puede ser impaciencia, sino iniciativa—.

Frente a ti, un día ella te asegura: “llegarás lejos con eso que escribes”. Y cuando lo dice, tú ya estás en donde quieres estar.

Cuauhtémoc, México, D. F., viernes 26 de enero de 2007

37. Trazos


Te dibujo despacio, con cuidado, como si cada trazo fuera una caricia, anestesiando mis sentidos para que olviden que no estás aquí. Me doy cuenta que tus pestañas son de fuego negro y tu nariz una montaña, y me dan ganas de descansar cuando llego a la sombra de tus labios. Aprendo geometría contemplando tus piernas, necesito estudiar bien lo que voy a poner en el papel.

Conocerte bien todos los ángulos y rincones, desde cerca y desde lejos.

De repente no quiero dibujar nada, ya no puedo.

Naucalpan, Estado de México, lunes 20 de noviembre de 2006

36. Pediatría


Hace unos días fui al Hospital La Raza como payaso de hospital, con mis compañeros del taller de Clown. Tuvieron que pasar varios meses para que dieran la autorización.

Una amiga de danza, que también estudia teatro, me recomendó el taller. Me dijo que podría aprender a aprovechar mi tontera innata y mis inseguridades. Es hermoso que el ser tonto, que te equivoques y te avergüences, te haga mejor Clown y mejor ser humano. Sólo hay que jugar y ser sincero, disfrutar lo que estás haciendo, ¡disfrutar hasta cómo sudas de nervios…! Sonreír mientras la gente se ríe de ti. Y contigo.

Aunque casi todos los niños se alegraron nomás de vernos, había algunos que no querían sonreír. Hasta parecía que no querían que estuviéramos ahí y que los dejáramos en paz. Dicen los compañeros que eso es muy frecuente, porque a veces tienen dolores tan grandes, que no pueden pensar en otra cosa. Pero nadie se desanima, y todos hacemos lo imposible para que los niños nos iluminen con su sonrisa, por pequeña y breve que sea.

Al final me quedé a platicar con uno de ellos, que se mostró muy interesado en lo que hacíamos. Le habían hecho una cirugía en el abdomen porque se había lastimado el hígado, causándole hemorragia interna, en un accidente ocurrido apenas la semana pasada. Me dijo que le gustaba mucho hablar con Daniela una niña de diez años que es su vecina de cama a la izquierda, aunque no siempre es posible, porque ella es la única de toda la sala que puede moverse libremente sin ayuda de nadie, y siempre anda por los pasillos corriendo de un lado a otro hasta que las enfermeras se cansan de cuidarla y la mandan de regreso a su cama. Esto es, porque, al igual que los dos años anteriores, sus papás esperan el 12 de octubre para que pueda ser operada de un problema congénito en el hígado. Pero los días 12 de octubre de los dos años pasados, los empleados descansaron y la cirugía fue reprogramada, y tienen miedo de que suceda otra vez. Habían tratado sus molestias con medicamento, pero ahora ha dejado la escuela porque sus dolores se han vuelto tan fuertes, que para controlarlos es necesario hospitalizarla.

Miguel, que así se llama el niño con el que hablé, me contó que el 15 de septiembre lo despertaron los fuegos artificiales que iluminaban la ciudad desde el Zócalo, y se puso a mirar hacia la ventana desde su cama, pues, como te dije, no se puede levantar, y trataba de verlos a través de la cortina. Las camas estaban vacías a ambos lados de la suya: Daniela no estaba, y también se habían llevado a la niña de la derecha; debieron hacerlo cuando él estaba dormido. Y sintió pena por ella, porque llevaban días preparándola también para una cirugía en el hígado. La miraba con creciente tristeza: ella no reía, no hablaba, pasaba días y noches inmóvil, con la mirada perdida en el techo, con sudor en la cara y quejidos repentinos.

Y pues… eran las ocho de la noche del 15 de septiembre, y Miguel era el único despierto en un cuarto a oscuras, sin historietas ni televisión, a una hora que no era tiempo de visita. Una de las enfermeras que nos acompañó durante nuestras funciones, me dijo que aquella noche hacía la ronda en ese piso, y cuando llegó al cuarto se detuvo en la puerta, como en todas. Miró a Miguel descobijado y con la cara volteada hacia las ventanas, viendo cómo las cortinas atenuaban las luces de los fuegos artificiales. Se le acercó y le ofreció acomodar la cama de manera que estuviera sentado, y también que, si quería, podía abrir las cortinas. Miguel a todo contestó que sí, emocionado, y la enfermera, después de hacer lo que le había dicho, le dio un beso en la mejilla, se despidió y se fue. Él, casi sentado en su cama, admiraba los fuegos de colores en el cielo, que pintaban y despintaban el plafón y las paredes claras del cuarto. El ruido recorría los pasillos del hospital, pero parecía que todos dormían, excepto la enfermera y Miguel. Él me dijo que le dieron muchas ganas de salir, de nunca más volver a estar encerrado y sentir otra vez en la cara el aire de allá afuera, sobre todo en tardes soleadas, como la del martes pasado, cuando los visitamos.

Recuerdo que al mismo tiempo que nosotros llegamos, también llegó el papá de Daniela, con un bebé de juguete bajo el brazo. Miguel miraba hacia su izquierda, a donde están las ventanas y la cama de ella, que dormía sobre su costado izquierdo, de espaldas a él. El señor nos saludó y nos dio un abrazo, nos dijo que le alegraba mucho que estuviéramos ahí, que les hacía falta a los niños. Dijo que iba a tomar su lugar para ver el espectáculo. Pero nosotros le rogamos que primero le diera el juguete a su niña. Entonces él se quedó parado, mirándola unos instantes, y luego puso el juguete a su lado, sobre la cama.

Todos mirábamos entretenidos.

Daniela despertó cuando su padre tocó suavemente su hombro. Adormilada, giró la cabeza y lo miró. Lo reconoció y sonrió. Lentamente volvió a voltearse y cerró los ojos. Tenía mucho sueño.

            ¿Ya viste hija?
            ¿Qué? volvió a voltear.
            Mira dijo su papá, señalando al muñeco.

Ella entreabrió los ojos y tras una mirada rápida volvió a voltearse, mientras susurraba:

            ¿De quién es ese bebé?

Su padre sonrió algo triste, pero casi todos soltamos una risita, que Miguel tuvo que parar de golpe, pues el abdomen se le expandía, haciendo que cada punto de la sutura le doliera. El papá de Daniela volteó a verlo, y ambos sonrieron alegremente. Después, con la mano movió suavemente a su hija otra vez. Ella volteó y volvió a ver el muñeco, esta vez dándose cuenta de lo que era.

Una sonrisa alucinante iluminó toda la sala, todo el edificio, todo el hospital. Ese día hubo dos soles.

Naucalpan, Estado de México, sábado 23 de septiembre de 2006

martes, 17 de abril de 2018

35. Anochecer ranchero


—Oiga, ¿se sabe la de “Amanecer ranchero”?
—¿Es una que va así como “ta-ra-ra-rá-ra-ra-rá-ra…”? ¿Quién la canta?
—Jorge Negrete
—¿Cómo va?
—Empieza diciendo: “y en la mañana cuando el sol despierta, revive en mi alma la esperanza muerta…”
—Más o menos me acuerdo, pero creo que los muchachos no se la saben, joven.
—¿Es vieja no? —dice uno que trae guitarra—.
—Como de  los 50’s —les digo—. ¿Se la saben?

Todos se miran entre sí, preguntándose, y casi en coro me dicen que no.

—No amigo, esque está muy vieja, de esas casi no nos piden.
—Ya —me quedo pensativo unos segundos y digo:—, o la de “Mi preferida”, ¿se la saben?
—Ándele, pues creo que esa está más vieja todavía… Pero yo sí me acuerdo —dice el de la vihuela—, nomás falta que ellos se la sepan.

Los demás sueltan una carcajada, y niegan con la cabeza.

—Ya te quedamos mal, hermano.
—No hay bronca, ahorita el señor y yo nos aventamos “Amanecer ranchero” ¿no? —le digo—, y luego nos acompañan todos ustedes, ¿cómo ven?

El mariachi asiente con la cabeza y todos nos acercamos a la casa, aunque sólo uno toca y canta. Al poco rato se acerca otro mariachi para cantar y se asoma por la ventana la tía de Lissete, y casi al mismo tiempo, las ventanas de las casas vecinas se abren; mucha gente nos mira. Lissete se asoma a la ventana y, junto a su tía, se queda mirándonos.

Cuando llega la línea de “mi jacalito sin techo, ¡ay! como extraña tu ausencia…”, ella hace un gesto de emoción. Luego, ya con todos los mariachis tocando, cantamos el huapango “El llorar”, “Envidia” de Joan Sebastian, y “Tu enamorado” y “Llegando a ti” de José Alfredo.

Cuando se despiden los mariachis, Lissete baja, abre la puerta de la calle, sale y camina hacia mí, pero se detiene como a dos pasos de distancia, y dice:

—La última vez que cantaste no subías tanto tus agudos, has estado practicando ¿verdad?
Entonces llora. Y de un brinco me abraza, escondiendo la cara en mi pecho.

Era jueves por la noche, carnal, y fue así como quedé bien rasurado por los mariachis, y como ella y yo nos hicimos novios. Y como falté a mi trabajo por primera vez.

Naucalpan, Estado de México, sábado 5 de agosto de 2006