sábado, 24 de marzo de 2018

27. Paso del norte



            —¿Y le escribes a alguien más que a mí?
            —Sí: a mis papás, una profesora, mis hermanos y algunos amigos; pero más a mi hermano Santiago. Y a mi abuelo.
            —Sí me acuerdo de Santiago, es el que andaba aventándoles flores a mis hermanas en la feria de San Miguel.
            —Sí, él pensaba que no se acordaban.
            —¡¿Cómo no?! Acuérdate que María y él fueron novios por una semana… Entonces también le escribes a tu abuelo… ¿cómo está?
            —Murió. Hace como dos años.
            —Oh, lo siento… pero, dijiste que le escribías
            —Sí, me gusta escribirle como si fuera a contestarme.
—La última vez que lo vi fue hace mucho, todavía estábamos en la primaria.
            —Le gustabas para su nieto.
            —¿Cuál nieto?
            —El que estás viendo.
            —…eres un chulito Julián.
            —Entonces, señorita ¿qué dice?
            —Me gusta que me hables de usted
            —Pero más que te bese
            —Que cantes
            —¿Al oído?
            —Nooo, porque me dan cosquillas… se me pone la piel chinita y siento feo
            —Entonces… ¿bailamos?
            —¿Qué?
            —Bachata
            —¡Ni sabes!
            —Ahora verás
            —Muéstrame… ¡Ya ves! ¡te dije que no sabías!
            —No mucho, pero una amiga me está enseñando
            —…si quisieras aprender a bailar bachata, vendrías a mí a aprender
            —¡Ir a ti!
            —Así es… pero cuéntame sobre tu abuelo. Dices que te gusta escribirle.
            —Sí le escribo. A veces me contesta en sueños. Lo soñé pocos días después de que muriera. Vino a despedirse, sonriente y tranquilo.
            —Qué bonito. Yo no he visto a nadie así, pero me daría mucha alegría
            —Quería preguntarle muchas cosas... era muy atrabancado ¿te conté que cuando era joven se fue al norte a buscar a su novia?
            —¿A Estados Unidos?
            —Sí
            —¿Cómo fue? ¿era tu abuela?
            —No. A esta muchacha sus papás se la llevaron cuando tenía 16 años y mi abuelo 17, y pues pensaron que era cosa de chamacos y que se les pasaría, pero mi abuelo aguantó dos meses nomás, en lo que juntaba dinero para poder irse, y sin hacer caso a mis bisabuelos, se fue. En ese entonces todavía estaba el “programa bracero”.
            —Ah sí… ¿y cómo le fue?
            —Pues llegó a McAllen, y trabajó un tiempo hasta que se fue a Los Ángeles, porque le dijeron que ahí la encontraría. Y después de tres años la encontró, casada. Ella iba con su marido cuando por fin la vio.
            —Ay, ¿y qué hizo?
            —Los saludó, y le contó todo a ella frente a su esposo. Después de saber que estaban casados, se despidió de ellos y se regresó casi luego luego a Dolores con mis bisabuelos. Estuvo yendo y viniendo del norte un tiempo, y juntó dinero para comprar tierras en San Luis. Luego se fue a vivir para allá, conoció a mi abuela y se casaron; aunque no dejó de ir y venir de Estados Unidos hasta que tenía como sesenta años.

Miguel Hidalgo, México, D. F., miércoles 24 de mayo de 2006


26. Cauterización



Te paseas entre mis cicatrices cortando y levantando los rastrojos de mi alma, curándome de odio y vanidad. Me dictas un poema con los ojos, cauterizas mis heridas.

Emoción cuelga al vacío de la vida y por las calles le robo oxígeno al viento para seguir poniéndolo entre letras. Cierras los ojos pensando en mí.

Pero ese no es el punto.

El punto es que no me puedo concentrar en el trabajo. Me distrae el mundo. O los trozos de magia que salpican mis madrugadas cuando estás en el ambiente. O tu sonrisa gigante que colorea las horas. Y lo único que se me ocurre para poder seguir trabajando es venir a soltar chorros de palabras, abrazado a tu recuerdo como si fuera tu cuerpo.

Tu dulzura gotea tranquilamente sobre mi espíritu, que no se llena.

Cuauhtémoc, México, D. F., jueves 27 de Abril de 2006