—¿Y le escribes a
alguien más que a mí?
—Sí: a mis papás,
una profesora, mis hermanos y algunos amigos; pero más a mi hermano Santiago. Y
a mi abuelo.
—Sí me acuerdo de
Santiago, es el que andaba aventándoles flores a mis hermanas en la feria de
San Miguel.
—Sí, él pensaba
que no se acordaban.
—¡¿Cómo no?!
Acuérdate que María y él fueron novios por una semana… Entonces también le
escribes a tu abuelo… ¿cómo está?
—Murió. Hace como
dos años.
—Oh, lo siento…
pero, dijiste que le escribías
—Sí, me gusta
escribirle como si fuera a contestarme.
—La última vez que lo vi fue hace mucho, todavía estábamos en la
primaria.
—Le gustabas para
su nieto.
—¿Cuál nieto?
—El que estás
viendo.
—…eres un chulito
Julián.
—Entonces, señorita
¿qué dice?
—Me gusta que me
hables de usted
—Pero más que te
bese
—Que cantes
—¿Al oído?
—Nooo, porque me
dan cosquillas… se me pone la piel chinita y siento feo
—Entonces… ¿bailamos?
—¿Qué?
—Bachata
—¡Ni sabes!
—Ahora verás
—Muéstrame… ¡Ya
ves! ¡te dije que no sabías!
—No mucho, pero
una amiga me está enseñando
—…si quisieras
aprender a bailar bachata, vendrías a mí a aprender
—¡Ir a ti!
—Así es… pero
cuéntame sobre tu abuelo. Dices que te gusta escribirle.
—Sí le escribo. A
veces me contesta en sueños. Lo soñé pocos días después de que muriera. Vino a
despedirse, sonriente y tranquilo.
—Qué bonito. Yo
no he visto a nadie así, pero me daría mucha alegría
—Quería
preguntarle muchas cosas... era muy atrabancado ¿te conté que cuando era joven
se fue al norte a buscar a su novia?
—¿A Estados
Unidos?
—Sí
—¿Cómo fue? ¿era
tu abuela?
—No. A esta
muchacha sus papás se la llevaron cuando tenía 16 años y mi abuelo 17, y pues
pensaron que era cosa de chamacos y que se les pasaría, pero mi abuelo aguantó
dos meses nomás, en lo que juntaba dinero para poder irse, y sin hacer caso a
mis bisabuelos, se fue. En ese entonces todavía estaba el “programa bracero”.
—Ah sí… ¿y cómo le
fue?
—Pues llegó a
McAllen, y trabajó un tiempo hasta que se fue a Los Ángeles, porque le dijeron
que ahí la encontraría. Y después de tres años la encontró, casada. Ella iba
con su marido cuando por fin la vio.
—Ay, ¿y qué hizo?
—Los
saludó, y le contó todo a ella frente a su esposo. Después de saber que estaban
casados, se despidió de ellos y se regresó casi luego luego a Dolores con mis
bisabuelos. Estuvo yendo y viniendo del norte un tiempo, y juntó dinero para
comprar tierras en San Luis. Luego se fue a vivir para allá, conoció a mi
abuela y se casaron; aunque no dejó de ir y venir de Estados Unidos hasta que
tenía como sesenta años.
Miguel Hidalgo, México, D. F., miércoles 24 de mayo de 2006