Ah, mi hermano, ha sido extrañarla
por meses aunque rara vez la vea y sus visitas sean breves. Es cosa de todos
los días, todas las semanas.
Ayer la luna jugaba conmigo,
asomándose y escondiéndose entre las nubes. Era noche de miércoles y regresaba
a casa. Andando entre la gente empecé a percibir que tras los rostros de carne
y hueso de la mayoría, había sólo restos de almas de cartón que habían sido
incineradas por el sol, cenizas que se llevaba el viento cada tarde.
Pasé de
largo frente a la casa de Miriam preguntándole a Dios sobre lo verdadero, y si queda
algo a lo que aferrarse cuando se pierde la esperanza.
Estaba por doblar la esquina de la
calle cuando comprendí que si ese fuera mi último día, querría verla otra vez;
así que di media vuelta y regresé sobre mis pasos. La calle estaba oscura porque se había fundido el foco del
poste más cercano, y yo estaba por tocar el timbre cuando
ella abrió la puerta de golpe.
Su luz calcinó mi alma de papel.
Más tarde me fui a casa con el
alma negra y ceniza, con la sensación de su cuerpo entre mis brazos.
Naucalpan, Estado de México, jueves 7 de enero de 2010
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