Mirando al techo repaso las caras
de la gente y las cosas más bonitas que han pasado.
Recordé el día
en que le hablé a Miriam con siete años: nos sentábamos hasta el frente,
delante del pizarrón, nuestras sillas estaban juntas. La maestra había salido y
casi todos se habían levantado a jugar. Yo también quería levantarme pero como
vi que ella se quedaba sentada tampoco lo hice, y de repente sentí muchas
ganas de hablarle. Ella movía la cabeza para todos lados, mirando cómo los
demás corrían y gritaban. Luego volteó a verme, me sonrió un poco, y agachó la
mirada. A mí se me había caído un lápiz y me agaché a recogerlo. Ya con él en la mano y todavía en cuclillas, noté que estaba muy cerca
de la paleta de su butaca, y me dieron ganas de pegarme en la cabeza con la
paleta al levantarme, para hacerla reír.
Luego ya estaba medio sonriente
poniéndome de pie, fingiendo sobarme el golpe, mirándola reír a
carcajadas.
Tampico, Tamaulipas, martes 26 de enero de 2010
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