jueves, 29 de marzo de 2018

30. Vértigo



Las voces de todas las personas suenan más lejanas que la tuya, aunque sólo la esté imaginando. A veces, no puedo dormir por el vértigo que me da cuando te recuerdo, y cuando me duermo, te sueño.

Naucalpan, Estado de México, martes 27 de junio de 2006

miércoles, 28 de marzo de 2018

29. Sedante


Ésta vez iré a casa solo unos días porque me quedaré a trabajar. Acaban de ascenderme a mesero y ando haciendo algunos exámenes para mejorar mi calificación y volver a pedir una beca el siguiente semestre. No me gusta quejarme, tú jamás lo hiciste, pero hoy se me escapan los lamentos. Desde el asiento del camión. Desde Tequex hasta el cielo.

Ando hambriento de Dios. Hambriento de pan y de amor. Y cómo hace falta el dinero a veces, abuelo.

Se dice que cada quien tiene lo que se merece, pero cuando me enteré de los niños que sufren por hambre, enfermedades y guerra, supe que no. Mi felicidad mengua porque no la puedo compartir con ellos, y se ponen fronteras y tarifas para hacérmelos más lejanos. Y todo porque unos pocos no controlan sus ansias de poder, dinero y lujuria, perjudicando a mis hermanos animales y humanos, causando estragos en sus estómagos y en el mío.

Hay días que ando como dormido, con muy poca fe y esperanza. Y aunque me da gusto sembrar y apostar el pellejo, no sé si mañana podré cosechar. Ya fracasé mucho, por hacer lo que no quería, o porque no tenía nada y tomaba lo que se me ofrecía; o por no esforzarme más. Muchas veces no salí porque estaba enfermo, y otras me enfermé porque no salía. Y mira, una payasita se subió al camión con su hija, una niña como de cinco años, que la contemplaba con tanta admiración y con una sonrisa tan limpia, que me partió el corazón. Ojalá también yo pudiera ver todo tan limpio. Uno de mis vecinos abandonó a su familia y su hijo mayor tuvo que dejar la escuela, porque reprobó muchas materias al empezar a trabajar para ayudar a su madre. La migra agarró al papá de Lisette y ahora está encerrado. Un inmigrante centroamericano acaba de bajar del camión, después de habernos cantado una canción sobre los mojados. Se le quebró la voz. Un amigo muy querido fue asesinado hace tres días junto con su familia. Abuelo, tú sabes que una congestión alcohólica se llevó a uno de tus nietos hace un mes, y que desde entonces ando por el barrio con la mirada vidriosa. Ya no lo volveré a ver. El cuerpo de una niña de secundaria fue hallado en un parque cercano. Los cuerpos de cinco vecinos jóvenes fueron regados por la colonia. Fui yo quien reconoció a uno de ellos, estaba tirado boca abajo a la orilla del río. Los gritos de dolor de su mamá truenan nítidos en mi memoria. ¿Qué diablos le pasa al mundo?

En el arte puede estar la medicina, y si no es la cura, es por lo menos un calmante para todo este puto dolor.

El perro abandonado me persigue triste, y le aviento un pedazo de pan. Las luces de la ciudad se empiezan a encender y la mía se va apagando.

Naucalpan, Estado de México, sábado 17 de junio de 2006

lunes, 26 de marzo de 2018

28. Albur


Es lo espontáneo.

Como la primera vez, cuando me dijiste “aventado” mientras reías; o cuando se escapa una queja de mi boca sucia de malas palabras, y me limpias con la tuya.

Naucalpan, Estado de México, lunes 12 de junio de 2006

sábado, 24 de marzo de 2018

27. Paso del norte



            —¿Y le escribes a alguien más que a mí?
            —Sí: a mis papás, una profesora, mis hermanos y algunos amigos; pero más a mi hermano Santiago. Y a mi abuelo.
            —Sí me acuerdo de Santiago, es el que andaba aventándoles flores a mis hermanas en la feria de San Miguel.
            —Sí, él pensaba que no se acordaban.
            —¡¿Cómo no?! Acuérdate que María y él fueron novios por una semana… Entonces también le escribes a tu abuelo… ¿cómo está?
            —Murió. Hace como dos años.
            —Oh, lo siento… pero, dijiste que le escribías
            —Sí, me gusta escribirle como si fuera a contestarme.
—La última vez que lo vi fue hace mucho, todavía estábamos en la primaria.
            —Le gustabas para su nieto.
            —¿Cuál nieto?
            —El que estás viendo.
            —…eres un chulito Julián.
            —Entonces, señorita ¿qué dice?
            —Me gusta que me hables de usted
            —Pero más que te bese
            —Que cantes
            —¿Al oído?
            —Nooo, porque me dan cosquillas… se me pone la piel chinita y siento feo
            —Entonces… ¿bailamos?
            —¿Qué?
            —Bachata
            —¡Ni sabes!
            —Ahora verás
            —Muéstrame… ¡Ya ves! ¡te dije que no sabías!
            —No mucho, pero una amiga me está enseñando
            —…si quisieras aprender a bailar bachata, vendrías a mí a aprender
            —¡Ir a ti!
            —Así es… pero cuéntame sobre tu abuelo. Dices que te gusta escribirle.
            —Sí le escribo. A veces me contesta en sueños. Lo soñé pocos días después de que muriera. Vino a despedirse, sonriente y tranquilo.
            —Qué bonito. Yo no he visto a nadie así, pero me daría mucha alegría
            —Quería preguntarle muchas cosas... era muy atrabancado ¿te conté que cuando era joven se fue al norte a buscar a su novia?
            —¿A Estados Unidos?
            —Sí
            —¿Cómo fue? ¿era tu abuela?
            —No. A esta muchacha sus papás se la llevaron cuando tenía 16 años y mi abuelo 17, y pues pensaron que era cosa de chamacos y que se les pasaría, pero mi abuelo aguantó dos meses nomás, en lo que juntaba dinero para poder irse, y sin hacer caso a mis bisabuelos, se fue. En ese entonces todavía estaba el “programa bracero”.
            —Ah sí… ¿y cómo le fue?
            —Pues llegó a McAllen, y trabajó un tiempo hasta que se fue a Los Ángeles, porque le dijeron que ahí la encontraría. Y después de tres años la encontró, casada. Ella iba con su marido cuando por fin la vio.
            —Ay, ¿y qué hizo?
            —Los saludó, y le contó todo a ella frente a su esposo. Después de saber que estaban casados, se despidió de ellos y se regresó casi luego luego a Dolores con mis bisabuelos. Estuvo yendo y viniendo del norte un tiempo, y juntó dinero para comprar tierras en San Luis. Luego se fue a vivir para allá, conoció a mi abuela y se casaron; aunque no dejó de ir y venir de Estados Unidos hasta que tenía como sesenta años.

Miguel Hidalgo, México, D. F., miércoles 24 de mayo de 2006


26. Cauterización



Te paseas entre mis cicatrices cortando y levantando los rastrojos de mi alma, curándome de odio y vanidad. Me dictas un poema con los ojos, cauterizas mis heridas.

Emoción cuelga al vacío de la vida y por las calles le robo oxígeno al viento para seguir poniéndolo entre letras. Cierras los ojos pensando en mí.

Pero ese no es el punto.

El punto es que no me puedo concentrar en el trabajo. Me distrae el mundo. O los trozos de magia que salpican mis madrugadas cuando estás en el ambiente. O tu sonrisa gigante que colorea las horas. Y lo único que se me ocurre para poder seguir trabajando es venir a soltar chorros de palabras, abrazado a tu recuerdo como si fuera tu cuerpo.

Tu dulzura gotea tranquilamente sobre mi espíritu, que no se llena.

Cuauhtémoc, México, D. F., jueves 27 de Abril de 2006

jueves, 22 de marzo de 2018

25. Ciclones y manzanas



Huracanes pasaron de tu costa a la mía en mañanas despejadas del cielo de abril.

Dicen que hay que saborear la vida como a una manzana. Yo muerdo a la vida en tu boca.

Pero hoy no estás, y la vida se me va sin que la haya vivido.

Gustavo A. Madero, México, D. F., domingo 16 de abril de 2006

miércoles, 21 de marzo de 2018

24. El propósito



Hemos preguntado si vale la pena luchar, y se nos respondió que para eso nacimos.

Para ampliar los horizontes y saltar fronteras físicas y mentales.

La sangre que emana también cierra la herida. La nube que se deshace en pedazos después de mucho andar, se vuelve a juntar más adelante. El mosquito prefiere morir aplastado que morir de hambre. La oruga se encoge de hombros y sigue por el suelo, porque sabe que es necesario y temporal. Porque sabe que va a volar.

Ven mariposa,
flor de aire,
trae la miel de inspiración
a los poetas de la calle.
A esta lluvia,
usualmente indomable,
intentemos con tu canto
suprimirla ahora que arde.

Naucalpan, Estado de México, martes 4 de abril de 2006

lunes, 19 de marzo de 2018

23. Caída de presión



Mujer, acuérdate de mí. Ven, o huye con todo y tu recuerdo. Al menos déjame dormir, deja de sonreírme en la oscuridad.

Cenamos metafóricamente entre el rocío del jardín. De mi mochila abierta cayeron los lápices y las plumas con las que armaba mis alas. Cuerdas invisibles tiraron de mi boca y me cerraron los labios, se me pudrieron las palabras de tanto imaginarlas y no decirlas. Las pronuncié tarde y me supieron rancias. Aun así, me hiciste quedarme y cambiar mi destino por otro. Dijiste que ya estaba desnudo, que sabías todo de mí, que no había razón para no seguir. Y describiste la pasión con tu cuerpo sin decir nada: fuiste color rojo, fuiste todos los colores.

Cuando te marchaste le robaste belleza al mundo, ahora hay caída de presión en la cabina y me coquetea la locura, porque hay veces que tu nombre es lo único que mi cerebro grita.

Tu imagen corre por mi sangre y me atraviesa la piel.

Naucalpan, Estado de México, martes 21 de marzo de 2006

domingo, 18 de marzo de 2018

22. Tradicional



—Me gustaría que me escribieras
—Sí, te mandaré por correo lo que vaya escribiendo
—Pero que sea en sobre y hojas de papel, eh… esque soy muy, muy tradicional, y prefiero mil veces leer en una hoja que en un aparato electrónico. Es como con los libros, me agrada tener en las manos el papel y esa sensación de que el libro se va haciendo delgado… ¡es increíble! ¡Y la emoción de saber que alguien te escribió con su puño y letra…! Me gustaría que me lo dieras en una hoja, sería más fácil y podría contestarte mejor, pues mi correo electrónico lo reviso de vez en cuando
—Lo haré… y también te llevaré mariachis
—Pero que no sea muy tarde porque mi tía me regaña —reía—

También soy tradicional.

Naucalpan, Estado de México, sábado 18 de marzo de 2006

21. Impunidad



Hermano, hay días que sólo voy a la escuela para acariciar su cabello negro. Tumbado en el pasto me imagino que su sonrisa deja colores en el aire, trae un arcoíris en los labios.

No había hablado mucho con ella desde diciembre, pero como quedamos en el mismo grupo de francés, nos vemos al salir del aula. Te manda saludos. Se acuerda de cuando íbamos a la feria de San Miguel en Sauceda, y una de esas veces le aventaste flores a sus hermanas para declararte.

El primer día de clases ella llegó tarde y el único lugar disponible estaba a mi lado, así que se acercó y empezamos a hablar. Tuve que pedirle que pusiéramos atención porque hablábamos sin parar y el profesor estaba explicando los temas básicos. Los siguientes días tuvimos conversaciones cortas, pero a mediados de la segunda semana empecé a verla en sueños. Y a veces me doy cuenta que estoy soñando.

Naucalpan, Estado de México, sábado 25 de febrero de 2006

viernes, 16 de marzo de 2018

20. Teorías




Hay melancolía en el aire. El abuelo brincó fronteras para comprobar si la vida alivia y duele igual en todos lados. Sería bueno que nosotros también lo hiciéramos.

San Luis de la Paz, Guanajuato, jueves 22 de diciembre de 2005

jueves, 15 de marzo de 2018

19. Acatamiento


La tarde de ayer por fin vi a Lissete cuando me iba a trabajar, pero iba de la mano de un muchacho, ambos con mochila y bata blanca. Venían caminando en mi dirección y nos vimos de lejos, pero de cerca sólo me miró de reojo y me saludó con un gesto.

Naucalpan, Estado de México, sábado 10 de diciembre de 2005

18. Diciembre



Llevaba varios días evitando pasar por la calle donde vive Lissete, pero hace una semana tuve que ir a la casa de un amigo que vive por ahí, para hacer una tarea en equipo. No quería ir a la papelería a preguntar por ella y me arrepentí de haber borrado su número. Todo el rato estuve pensando en salir y encontrármela por casualidad.

Me despedí de mi compañero al terminar la tarea, salí de su casa y llegué a una capilla que está a medio camino entre la casa de Lissete y la suya, y me senté cerca de ahí, en la banqueta. Eran las seis de la tarde y yo quería verla, pero no sucedió. Volví otros tres días sin lograrlo ni atreverme a tocar su puerta.

El último día que fui, pasaron dos muchachos como de nuestra edad y se me acercaron. Traían los ojos rojos.

            —Qué tranza mijo, ¿qué haciendo? —me dijo uno de ellos—
            —Nada… Nomás pensando —le contesté—
            —No pienses tanto… Actúa —dijo en tono burlón—
            —Tienes razón —le dije sonriendo—
            —Presta pa’l tabaco —dijo el otro—
            —Nomás traigo lo de mi pasaje, ahí pa’la otra —le contesté—
           —Nel, saca —me dijo el segundo. Me levanté de donde estaba sentado porque él ya me había agarrado de un hombro y apretaba el otro puño—
            —Aguanta wey, no mames —le dijo el que me había hablado primero, y trató de jalarlo para atrás—
            —¿Qué? ¡Que preste el culero!
            —Nel, ¡aguanta! —lo separó de mí y me preguntó:— ¿De dónde eres, carnal? ¿Vives por aquí?
            —Vivo por Los Remedios, soy de Guanajuato.
            —Apoco… mi jefecita es de allá también.
            —No mames Chucho, ya que nos dé lo que trae —dijo enojado, el que había querido pegarme—
            —Aguanta cabrón, ¡ya cálmate! —gritó Chucho—
            —Vale verga… —dijo el otro, girando la cabeza a otro lado y dando un pisotón en el suelo—
          —No hay pedo, carnal —me dijo Chucho—, esque este wey viene hasta la madre. Pero con el barrio no nos pasamos de lanza… aparte si te quitamos el varo vas a llegar bien tarde a tu chante —y se sentaron al lado de mí—. Y qué pedo, ¿qué andas haciendo por acá si eres de Guanajuato? —sacó una botella de Tonaya de su mochila y le dio un trago—

Les conté que había venido a estudiar la universidad y que tenía algunos amigos en esa calle, y al salir de su casa y pasar por la capilla, me habían dado ganas de sentarme en la banqueta. Se empezaron a reír y me contaron algunas cosas, me hablaron de como uno de ellos se había quedado sin trabajo, y el otro le había conseguido ese día por recomendación.

       —Lo malo es que son bien pinches marihuanos y envician a uno— dijo al que le habían conseguido el trabajo, el que me había pedido el dinero—.
            —Tú, que ni sabes controlarte, deberías ya reivindicarte ante la sociedad. Discúlpate con el “mi chavo” por quererlo talonear —contestó Chucho, y se empezó a reír a carcajadas—.

Me invitaron a un concierto de grupos de rock nacional que va a ser dentro de dos semanas en un salón de eventos cercano, para celebrar las fiestas decembrinas. Entre los grupos hay algunos formados por vecinos del barrio.

            —Va a haber un chingo de morras, ahí te presentamos unas, cáele.

Naucalpan, Estado de México, sábado 3 de diciembre de 2005

miércoles, 14 de marzo de 2018

17. Alambres



Fui a buscar a Lissete a su casa para volver a invitarla a Six Flags. La había invitado días antes por teléfono, diciéndole que podía llevar a alguien más si quería, y había dicho que sí. Invité entonces a un amigo del trabajo, pues ella llevaría a una de sus primas. Él dijo que sí primero, pero después se echó para atrás. Empecé a preocuparme, y al volver del trabajo pasé a verla. Iba algo desaliñado porque otra vez había estado trabajando desde la madrugada hasta la tarde, y me acerqué indeciso a su puerta.

Toqué. Su tía salió casi de inmediato. Mientras la señora abría la puerta, yo pensaba en el dinero que me había gastado en tareas, museos y ropa. Calculé que no me iba a alcanzar para salir con ella y empecé a pensar cómo explicárselo. Mi cara debía mostrar mi confusión porque aquella señora me miró desconfiada, curiosa y triste a la vez. Sus cejas se fruncieron extrañadas y me dijo que la llamaría.

Lissete salió a los dos minutos, fodonga y hermosa. Estaba despeinada, sin maquillaje, con una cola de caballo mal hecha; y su cabello parecía hecho de delgados alambres que apuntaban a todos lados. Se veía más bonita que nunca. Me abrazó, se disculpó y, sonriendo, me dijo que estaba haciendo quehacer, que tenía que volver pronto adentro porque su tía la necesitaba, pero que yo podía ir a verla más tarde. Llevaba una playera blanca con estampados de caricaturas, que de tan gastada, se veía transparente en unas partes, y además estaba un poco mojada, por lo que creí todo lo que me decía. Traía puesto un pequeño short de mezclilla, ajustado y gastado, y unas sandalias sin calcetas. La playera y el short delineaban su cuerpo perfecto. Miré su piel y me sentí mareado. Supe que la quería. Le dije que mi amigo no podría ir a Six Flags. Se quedó pensando un momento y miró al piso, luego lentamente me vio de pies a cabeza, y sonriendo dijo que no había problema. Le pregunté si quería ir sola conmigo, y contestó que sí, pero que no la dejarían ir, pues aunque su tía me conocía desde que era niño, ya habían pasado muchos años. Primero creí que eso era lo mejor, por lo del dinero. Pero de un momento a otro cambié de parecer y decidí que quería pasar un día completo con ella, así que le insistí dos o tres veces más y se molestó. Dijo que no, que sola no podía ir. No supe qué decir y nos quedamos callados. Nos miramos mucho tiempo sin decir nada, hasta que ella se despidió, diciendo que tenía que seguir lavando. Asentí con la cabeza y ella se dio la vuelta.

Naucalpan, Estado de México, Sábado 19 de Noviembre de 2005

lunes, 12 de marzo de 2018

16. Siempre


Mirándola de pie en la puerta de su casa pienso que la felicidad siempre ha vivido ahí. 

Es aquella Lissete que conocí en la primaria hace 12 años. Su papá se fue al norte, y le manda dinero a su mamá para que ella y sus hermanas estudien. Aquí vive con una de sus tías desde que vino a estudiar la preparatoria, hace casi cuatro años. Supe que era ella porque el miércoles fui a su casa, y al poco rato llegaron algunos de sus familiares de San Diego de la Unión y nos reconocimos. 

La abrasión de los años no ha podido con esa sensación que me ataca furiosa cada vez que la veo, es como un sabor que te queda en la memoria cuando tienes un buen sueño o la has pasado bien.

Naucalpan, Estado de México, sábado 12 de noviembre de 2005

domingo, 11 de marzo de 2018

15. Armonías



Ella y yo fuimos a caminar al parque. La blusa blanca hizo juego con su piel y sus ojos con el cielo. Perdimos la noción del tiempo y se hizo tarde demasiado pronto. Uno de los guardias nos interrumpió un beso, pues estaba oscureciendo y las puertas del parque ya estaban cerradas. La ayudé a brincar la valla.

Camino a su casa, un pórtico de piedra nos dio cobijo hasta las nueve de la noche.

Naucalpan, Estado de México, sábado 5 de noviembre de 2005

(foto de https://www.yelp.com.mx/biz_photos/parque-ecol%C3%B3gico-bosque-de-los-remedios-naucalpan-de-ju%C3%A1rez?select=2oGHJp4CZBgM6PuBdSLsig)

sábado, 10 de marzo de 2018

14. Revés



Hace unos días fui a la fiesta de Lissete y se me ocurrió invitar a dos amigos y un vecino para no estar solo, porque no conozco a nadie más que a ella, y aunque eso bastaba, a última hora me sentí demasiado inseguro. Estuvimos ruidosos y nerviosos, sentados las dos o tres horas que duramos ahí, rodeados de mujeres bonitas y hombres que nos miraban de reojo y por encima del hombro. Ella sólo fue a verme dos o tres veces para ofrecerme bebidas. Tragué refresco como si me gustara y una cerveza sin ganas. Me fui sin bailar con ella.

Naucalpan, Estado de México, sábado 29 de octubre de 2005

viernes, 9 de marzo de 2018

13. En ruta




—Cámara cabrones. Dios ayuda a los pendejos, pero a los huevones no —así nos despertó Paco, uno de mis patrones, el viernes a las 4:30 de la mañana. Estábamos durmiendo en unos catres dentro de su puesto en un mercado de Toluca, y nos levantamos con risa y lagañas en los ojos. Como a las 6 de la mañana, mientras la mayoría andábamos con nuestro pan y un vaso de atole en las manos, él atendía a una de sus clientas frecuentes, y señalándome, le decía:
—Mire madre, a éste cabrón, así como lo ve, le estamos pagando la universidad.
—¡Qué bueno! ¿Apoco sí? ¿Y qué estudias? —me preguntó ella—.

La semana pasada no abrieron el bar porque le iban a hacer mantenimiento. Como todo va bien en la escuela y sólo iba a tener dos clases el viernes, me fui a trabajar a los mercados con mis jefes, desde la tarde del jueves hasta el domingo.

—Por eso rífate, cabrón. Acuérdate que te estoy pagando la escuela —el jefe seguía bromeando cuando la clienta ya se había ido; a mí me daba risa—.
            —¿Cómo que me la pagas?
            —Pues con los impuestos, wey. Con los impuestos que pago mantienen a las universidades públicas. No malgastes mi dinero porque te rompo tu madre. Quiero que me vayas trayendo tus calificaciones.
—Te las voy a traer —le contesté alegre—.

A la una de la tarde empezamos a recoger el puesto, hermano, y como a las tres ya íbamos en la carretera hacia México, con otro de mis jefes manejando, y un compañero y yo de copilotos. Por el camino escuchábamos noticias en la radio, pero empezamos a cabecear de sueño porque andábamos desvelados por la venta de la madrugada. Al ver que mi compañero y yo empezábamos a bostezar y a parpadear mucho, mi jefe nos dio unos puñetazos en los hombros y dijo:

            —No se duerman, que me van a pegar el sueño. O si no, uno váyase a dormir un rato para allá atrás, para que descanse, pero el que se quede aquí tiene que estar despierto… o pásense los dos, sino ¿pa’ qué chingados los quiero de copilotos…? Quita eso —me dice, refiriéndose a las noticias— y pon música para que se despierten, ahí en la guantera hay discos.

Mis jefes son de Jalisco, y llegaron a México hace como veinte años. En la guantera hay un montón de discos de música ranchera, tambora, banda, norteña, pop, y algo de rock. Agarro un MP3 de tambora sinaloense y lo pongo en el estéreo. Vamos todos cantando hasta que de repente la noticia pasa frente a nosotros: la tocamos, la respiramos, la vivimos. Hay un accidente en la carretera y el tráfico nos obliga a ir despacio. Dejamos de cantar y bajamos el volumen al estéreo.

Llegamos a la bodega como a las siete de la noche, y el jefe nos da a escoger entre ir hoy a descansar a nuestra casa y regresar al otro día en la mañana para acomodar la bodega, o ir a trabajar con él a Chiconcuac, desde ésta noche hasta mañana en la tarde. Como yo me aburro cuando estoy en la bodega, le digo que mejor voy con él. Otros dos compañeros dicen lo mismo, y los demás se van a sus casas a descansar. Nosotros alistamos una camioneta durante cuarenta minutos, y al terminar, el jefe nos dice que vayamos a nuestras casas a cenar y bañarnos, que él hará lo mismo, que tenemos que estar de vuelta a las nueve y media para no salir tan tarde. Le digo que me iré a comer por ahí cerca porque no me da tiempo de ir a mi casa. Uno de mis compañeros me dice que me vaya con él a la suya, que allá podré cenar y bañarme, y que también me presta ropa.

A las once y media de la noche ya estamos entrando al pueblo de Chiconcuac, las avenidas están casi vacías y los últimos locales abiertos van cerrando sus cortinas de acero, excepto uno que otro en donde venden quesadillas, huaraches, tacos y demás comida para los comerciantes que van a vender los sábados, como nosotros. De repente se acaba el disco que veníamos escuchando y dejamos de cantar. Entonces uno de mis compañeros sintoniza en el radio un programa de terror, y todos ponemos atención durante unos dos minutos, hasta que vamos a pasar al lado de un panteón. Mi jefe, que va manejando, le dice a mi compañero:

—Quita esas mamadas Alex —mi compañero suelta una carcajada y le contesta:—
—No manches Paco, ¿apoco te da miedo? —nos tuteamos con los jefes porque ellos nos lo pidieron, son sólo unos años mayores que nosotros—
—Ya tengo mucha mierda en la cabeza y no quiero más —le dice mi jefe en tono serio—
—¡Ah! Pues en la puerta de éste panteón fue donde se les quedó parada la camioneta una vez, ¿no? —dice Alex, sin poder aguantarse la risa—
—¡Cállate wey!
—Cuéntale al Julián pa’ que sepa.
—No mames Alex, si se queda parada, tú te bajas a checarla por mamón.
—Sí… pero cuéntale al Julián —le contesta, todavía con la sonrisa en la boca, y después de un rato, mi jefe me dice—
—¿No te han contado…? Esque un día venía con mis carnales por aquí, igual íbamos a Chiconcuac, pero ya tiene un chingo, el Quino —su hermano menor— estaba bien morro. Íbamos pasando por enfrente del panteón y que se nos apaga la pinche camioneta —y suelta una carcajada—. Y justo íbamos escuchando un programa de esos, al Beto le gustan un chingo. Pero ya cuando vio que se paró la camioneta, ni ese wey se quería bajar a ver qué pedo. No mames, nos tuvimos que bajar todos, menos el Quino, porque nadie quería bajarse, y ahí estábamos, moviéndole un chingo de cosas. Ni siquiera el Chema que había trabajado de mecánico le pudo hallar.
—¿Y entonces se quedaron ahí toda la noche?
—No, habíamos dejado al Quino arriba de la camioneta para que le acelerara si prendía, y no supimos qué le movimos pero de repente arrancó, ¡y que nos subimos en chinga!

Pasamos la noche entera trabajando y hablando, contando chistes y partiéndonos de risa. Luego nos avisaron los otros vendedores que los rateros andaban cerca, y con un ojo al gato y otro al garabato, platicamos seriamente sobre la vida. Al final entremezclamos todo, y entre todas las pláticas y vivencias, surgieron ráfagas de filosofía pura y dura, brutal y directa.

Naucalpan, Estado de México, sábado 15 de octubre de 2005