Hace
dos semanas caminaba hacia el departamento de un compañero de la universidad
para entregarle un libro que me había prestado. Vive a dos cuadras de la casa
de Mariana.
—¡Oye! —escuché
decir a una mujer.
Y
seguí caminando porque no sabía si era a mí a quien hablaba. Luego el llamado
se repitió y reconocí esa voz. Miré hacia atrás y vi a Mariana sonriéndome
desde la tienda de la esquina. Llevaba una blusa morada de algodón y un
pantalón de mezclilla. La parte central de su cabello estaba peinada hacia
atrás y el resto caía rizado a los lados. Como siempre, se veía muy bonita. Me
gritó un “hola”. Le respondí de lejos el saludo, y confundido, me detuve un
momento, pero inmediatamente seguí caminando porque recordaba aquello de que
debíamos dejar de vernos, y volví a enojarme inútilmente. Así que ella se quedó
parada ahí, frente a la tienda, con una cara de tristeza que no le conocía. Y
me apresuré, porque no quería mirarla así.
Naucalpan, Estado de México,
sábado 21 de noviembre de 2009
No hay comentarios.:
Publicar un comentario