miércoles, 14 de marzo de 2018

17. Alambres



Fui a buscar a Lissete a su casa para volver a invitarla a Six Flags. La había invitado días antes por teléfono, diciéndole que podía llevar a alguien más si quería, y había dicho que sí. Invité entonces a un amigo del trabajo, pues ella llevaría a una de sus primas. Él dijo que sí primero, pero después se echó para atrás. Empecé a preocuparme, y al volver del trabajo pasé a verla. Iba algo desaliñado porque otra vez había estado trabajando desde la madrugada hasta la tarde, y me acerqué indeciso a su puerta.

Toqué. Su tía salió casi de inmediato. Mientras la señora abría la puerta, yo pensaba en el dinero que me había gastado en tareas, museos y ropa. Calculé que no me iba a alcanzar para salir con ella y empecé a pensar cómo explicárselo. Mi cara debía mostrar mi confusión porque aquella señora me miró desconfiada, curiosa y triste a la vez. Sus cejas se fruncieron extrañadas y me dijo que la llamaría.

Lissete salió a los dos minutos, fodonga y hermosa. Estaba despeinada, sin maquillaje, con una cola de caballo mal hecha; y su cabello parecía hecho de delgados alambres que apuntaban a todos lados. Se veía más bonita que nunca. Me abrazó, se disculpó y, sonriendo, me dijo que estaba haciendo quehacer, que tenía que volver pronto adentro porque su tía la necesitaba, pero que yo podía ir a verla más tarde. Llevaba una playera blanca con estampados de caricaturas, que de tan gastada, se veía transparente en unas partes, y además estaba un poco mojada, por lo que creí todo lo que me decía. Traía puesto un pequeño short de mezclilla, ajustado y gastado, y unas sandalias sin calcetas. La playera y el short delineaban su cuerpo perfecto. Miré su piel y me sentí mareado. Supe que la quería. Le dije que mi amigo no podría ir a Six Flags. Se quedó pensando un momento y miró al piso, luego lentamente me vio de pies a cabeza, y sonriendo dijo que no había problema. Le pregunté si quería ir sola conmigo, y contestó que sí, pero que no la dejarían ir, pues aunque su tía me conocía desde que era niño, ya habían pasado muchos años. Primero creí que eso era lo mejor, por lo del dinero. Pero de un momento a otro cambié de parecer y decidí que quería pasar un día completo con ella, así que le insistí dos o tres veces más y se molestó. Dijo que no, que sola no podía ir. No supe qué decir y nos quedamos callados. Nos miramos mucho tiempo sin decir nada, hasta que ella se despidió, diciendo que tenía que seguir lavando. Asentí con la cabeza y ella se dio la vuelta.

Naucalpan, Estado de México, Sábado 19 de Noviembre de 2005

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